¿Videojuegos? ¿Te refieres a eso que tiene el cuñado de la amiga de mi vecina?
Corría en España la etapa que va entre 1987 y 1992. Los videojuegos ya existían tal y como los concebimos hoy en día, pero no era algo común conocer a mucha gente que tuviera en sus hogares un ordenador personal o una consola de nueva generación.
Por contra, los videojuegos se veían como algo lejano y reservado a las clases más acomodadas y/o pudientes, y cada inusual experiencia con ellos se vivía con un grado de intensidad que no sabría describir. Tampoco he vuelto a sentir esas «cosquillitas», ya sea por la gran oferta del sector que hay actualmente o por el insignificante hecho de haberme convertido en un hombre adulto. Y sí, he dicho adulto, que no responsable.
Un poco de contexto social
Yo, como mucha gente de clase obrera de la época, vivía en una capital de provincia. Y como buen españolito que era veraneaba todos los años en El Pueblo, ese lugar tan especial que todxs recordamos con ciertas contradicciones.
Pues bien, era en ese pueblo donde tuve unas de mis primeras experiencias con los videojuegos. En el bar de la piscina municipal (el centro neurálgico de la actividad infantil de la zona) había una máquina recreativa del videojuego de Sega Outrun. Una máquina con forma y apariencia de un flamante y rojo coche del tipo Ferrari Testarosa, y por unas «simples moneditas» te dejaba vivir la experiencia de la conducción más frenética que habías visto en tu vida.
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Nostalgias de mi niñez en el pueblo
Recuerdo ratos y ratos de espera para que llegara mi turno mientras observaba a otros intentando superar las etapas de las que contaba el juego, que no eran pocas. En la mayoría de casos, mi partida no duraba mucho, pues mi corta edad y mis dedos morcillones no ayudaban a destacar entre la multitud. Y ya no hablemos de marcarse un récord, eso sólo estaba reservado a unos pocos elegidos.
No sería al cabo de mucho tiempo que recibiría por Reyes mi Sega Megadrive (o Genesis, dependiendo de lo listillx que te sientas). Y a pesar de que las recreativas fueron quedando poco a poco en un segundo plano, siempre recordaré con nostalgia esos veranos en los que lo inusual era jugar en interior y no al aire libre. Eran otros tiempos.
Con la consola ya en casa y con una oferta de videojuegos que aumentaba cual palomitas en un microondas a cada segundo, mis ganas de probar juegos nuevos me inclinaron por alquilar en el videoclub de mi barrio esos juegos más modernos. Es decir, nuevas batallas y nuevos futuros recuerdos. Pero eso ya os lo cuento en otro artículo.
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